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Me compré una fabulosa y carísima casa con vistas al mar. Luego, entre mi casa y el mar, construyeron otra magnífica casa con vistas al mismo mar. Yo ya no veía los barquitos en el horizonte, pero podía intuir el romper de las olas sobre la playa. Después, entre las dos casas y el mar, hicieron otro edificio con vistas a nuestro mar. Entonces dejé de oír el rumor de las olas, pero aún me llegaba, cuando el viento de levante arreciaba tierra a dentro, la inconfundible brisa marina, esa brisa que trae retazos de caracolas, algas, aletas de sirenas…
Ahora, entre mi casa y el mar, hay toda una ciudad. Ya no llegan hasta mí ni brisas, ni peces ni olas, pero dicen, los que viven más cerca de la orilla, que el mar aún sigue allí.